Quién me ordena bajar la guardia y despistarme ante la amenaza.
Quién se atreve a perturbar mi calma de noche callada.
Quién osa tentar mi manto helado sin miedo a ser quemado.
Quién se arriesga al daño de este armazón dorado.
Pequé de impenetrable; nuevamente he errado.
Fortaleza impasible, bendita alma de sabio.
Cuánto añoro, ahora, el pensar sin desearlo.
E.
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