ORACIÓN -QUE NO DISCURSO- SOBRE LA INNEGABLE
RELACIÓN ENTRE CORRECCIÓN Y UNIDAD SOCIAL
Pronunciada por Don Ibrahím de Ostolaza, honorable miembro
de la Academia de Argamasilla
“Desde muy antiguo, el hombre se ha educado en una serie de normas que le han servido para humanizar, aún más si cabe, su papel en la sociedad. Ya en la antigua Grecia, bien lo saben ustedes, los sabios perfeccionaron la manera que el hombre tenía de relacionarse con sus semejantes. De ahí, precisamente, la palabra política. Para los griegos, la polis (en griego, πóλις) no sólo era la ciudad, sino también todo lo que de ella derivaba; constituía una unidad social, política, económica, cultural… y de todos los órdenes habidos y por haber. Tanto es así, que esta idea de sociedad como perfecta y equilibrada comunión, esta idea de deberse a un bien común, se ha mantenido a lo largo de la historia idéntica a sí misma, y ha sido respaldada, además, por numerosos e importantes pensadores, como Rousseau —Dios le perdone sus otros pecados— y su contrato social. Y créanme si les digo que ha llegado finalmente casi intacta, incólume, inmaculada, hasta nuestros días.
No obstante, este profundo espíritu de colaboración no siempre se ha visto apoyado por la totalidad de los individuos a los que compete. Nunca ha sido poco común la existencia de sujetos que contradecían esta intención de vida en consonancia, o incluso —ha de reconocerse así— que la rechazaban rotundamente. Los cuales no podrían ser considerados más que seres totalmente distantes de este núcleo común, pues —como decía Aristóteles y corroboró más tarde el santo de Aquino— aquel que niega aquello que es natural para sí mismo no demuestra más que su propia inferioridad o, por contra, su superioridad frente a lo que es en sí. Como bien puede asegurar cualquiera que hubiere, como yo, estudiado la cuestión, esa unión social ha sido siempre reclamada por los grandes sabios, porque siempre ha sido, es y será algo absolutamente necesario. Esta es la razón indubitable por la que el hombre ha desarrollado esa serie de características que favorecen el cumplimiento de tal propósito. Referímonos, es evidente, a cuantas leyes, normas, hábitos o comportamientos cuyo objetivo común es una mayor unión entre todos, unión que desemboca finalmente en un enriquecimiento y desarrollo óptimos. Así pues, evitar esta congregación que de tal manera nos favorece no es propio más que de necios. ¿Acaso no necesitamos de los demás para conformarnos a nosotros mismos? ¿Acaso no es nuestra persona resultado de interacción con los de nuestro alrededor? Efectivamente, así es; de modo que —en la humilde opinión de este que les habla, don Ibrahím de Ostolaza, honorable académico de Argamasilla— nuestras acciones y comportamientos deben ser siempre, siempre y siempre estrictamente acordes con este espíritu de comunión por el que el hombre tan duramente ha luchado”.
—¿Ha hecho ya caquita la nena?