Un
poema torcido eres tú cuando
despertabas
sin buenos días y oliendo
tanto
a Sol que me quemabas las pestañas.
Y
mis ojos, tan poco abiertos al aire,
se morían
por la falta del oxígeno
que
los tuyos prometían. Y llegó febrero
con
todas sus gotas de hielo, oliendo a sal
como
un falso verano que se alargaba,
y no
por el mar, sino por los días blancos
que se
sentaban conmigo en la cama a ver
el
paso aletargado del espacio-tiempo
que
poco a poco brotó desarrollado como
algo carnívoro
y vegetal entre los dos.
Y
esa planta, que fue nuestro encuentro
salvaje
cada vez que la regábamos,
creció
como árbol impetuoso y castaño,
como
tú. De madera implacable sin quebranto
que
hoy le da vida a todas tus baquetas.
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