Me gustaba mirarte
a través de lo que no nos separaba.
Me gustaba mirarte
y dejar que tú me vieras.
Me gustaba ponernos
pruebas de cuánto y cómo.
Y con el corazón bailando
y las manos muy frías
se despertó la incapacidad
de romper lo que me amanecías.
Me gustaba pisar
una baldosa por cada vez
que me invitabas a pensar
y un a lo mejor, puede, sólo puede
que contigo pasara.
Y me dejé
creer, crecer piel y
corazón
y creció el poco opaco espacio
entre nuestros pies
y dejé marchar cada tal vez contigo,
simplemente, dejando que pasara
eso que pasa cuando no paras al viento,
dejando de urbanizar sólo en el sentido
y edificando más en los ventrículos,
porque cuando no hay ventanas ni puertas
no puedes perder las llaves nunca más.
Y así pasó
y te invitaría
cada día de mi vida
a construirlo de nuevo.
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